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La mente - Hernán Zeballos

  08 de mayo de 2014

Es el título de un reciente libro elaborado por Luis Ballivián Cuenca, colega y amigo, texto que merece una lectura cuidadosa por los valiosos conceptos filosóficos y de comportamiento social que son discutidos en el mismo.

Creo que el libro, aunque consta de siete capítulos, en realidad ofrece dos grandes componentes.

El primero, que lo trataré en esta oportunidad, está referido a debatir la filosofía de la vida, rescatando la experiencia de personajes extraordinarios de la vida de los negocios, el gran empresario mexicano Carlos Slim, o pensadores como Facundo Cabral y Pablo Neruda. Pero sobre todo el rescate del pensamiento de Baruch de Spinoza, los grandes racionalistas de la filosofía del siglo, el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.

Qué nos dice Cabral sobre la vida: “Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo” o George Carlin en su “Paradoja de nuestro Tiempo” cuando resume: “hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivir. Añadimos años a nuestras vidas, no vida nuestros años” o “Escribimos más, pero aprendemos menos. Planeamos más pero logramos menos”.

Luis rescata un debate publicado por la revista National Geographic (febrero, 2007), una entrevista con el científico Francis Collins, referida a la confrontación ciencia versus religión; en torno a ella se enfrentan los puntos de vista de que la religión sería un vestigio de un pasado pre científico plagado de supersticiones, que la humanidad debe abandonar. En el otro extremo, los creyentes religiosos afirman que “la ciencia es moralmente nihilista e inadecuada para entender las maravillas de la existencia”. Para Collins ambas posiciones pueden conciliarse, fundamenta su posición en su proyecto Genoma Humano, “cuyo objetivo es dar sentido a la naturaleza humana y remediar nuestras enfermedades congénitas”.

Pero la parte más destacada en este análisis se sitúa en el pensamiento del filósofo Spinoza, el cual se resume mediante su “Dios hubiese dicho:

“¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y disfrutes de todo lo que he hecho para ti”.

“Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa. Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es donde vivo y ahí expreso mi amor por ti”.

“Deja ya de leer supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. ¡Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito, no me encontrarás en ningún libro! Confía en mí y deja de pedirme, o ¿me vas a decir a mí cómo hacer mi trabajo? Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico ni me enojo ni me molesto ni castigo. Yo soy puro amor”.

Esos pocos párrafos invitan a la reflexión, a preguntarnos: ¿voy a misa los domingos, asisto a las procesiones en las fechas señaladas por el ritual de la Iglesia. Será eso lo que quiere ese Dios Todopoderoso? ¿O lo que quiere es amor verdadero hacia nuestros semejantes, a todo lo que nos rodea, como el verdadero homenaje hacia ÉL?







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